Ciudad de México, 21 de agosto.-

Entre los fenómenos astronómicos más impresionantes y que pueden percibirse nítidamente desde la Tierra, sin duda destacan los eclipses solares; de algún modo ver al eje del cielo, el “astro rey” ser devorado súbitamente por una sombra es uno de los espectáculos más impactantes a los que puede aspirar un ser vivo desde nuestra perspectiva terrestre.

Los antiguos mexicanos fueron sociedades que mantuvieron una íntima relación con los astros y su movimiento. Asiduos observadores del cielo, lo que ocurría allá arriba no solo era una pieza esencial de su cosmología y vida ritual, también tenía una influencia decisiva en su vida cotidiana, sus fiestas agrícolas y, en general, en su forma de entender el mundo.

Y si consideramos ambas premisas, es decir la intimidad que sostenían las sociedades prehispánicas con los astros, y la contundencia de un eclipse solar, entonces es entendible la relevancia que tenía este fenómeno entre mexicas, mayas y otros grupos.

De hecho, entre los mayas, avezados astrónomos, se había establecido una tabla calendárica (incluida en el Códice Dresden) que calculaba las fechas de los eclipses tanto solares como lunares (incluso aquellos que no se podrían observar desde su ubicación). Esta es una muestra más de que su relación con los eclipses no solo comprendía un intenso cúmulo de mitos y rituales, también nos remite a la sofisticación científica que guiaba la observación de los astros entre mayas y otras culturas de Mesoamérica.

En resumen, si buscáramos una lectura del eclipse solar inspirado en las creencias rituales de las culturas prehispánicas, entonces tendríamos que considerar lo siguiente:

Se trata de un momento decisivo, de potencial oscuridad y, por lo tanto, tal vez de resguardo.

Es un presagio en principio negativo pero también una potencial invitación, quizá una obligación, a renovarse.

Durante un eclipse solar se sacude la interacción entre la luz y la sombra; la primera muere pasajeramente para así, con un poco de suerte, reactivarse o renacer con más fuerza de la que gozaba antes de su ocaso.

Los seres humanos debemos colaborar por medio de ritos y ofrendas, para dar fuerza a la luz en su batalla contra la noche; por eso, también, tendríamos que dedicarnos a hacer ruido, para azuzar al Sol y ayudarlo a no ceder por completo a la sombra, o para despertarlo tras su muerte transitoria.

Cuando el sol es comido (entonces la renovación florece)

 

Representación de un calendario solar mexica (Antonio de León y Gama / 1792)

El término eclipse solar se traduce al náhuatl como tonatíuh qualo, que literalmente significa “el Sol es comido” –en maya yucateco y purépecha el concepto es muy similar, mientras que en otomí o mixteco, la traducción se acerca más a “la muerte del sol”. Entre los antiguos mexicanos, y de hecho entre la mayoría de las culturas alrededor del mundo, los eclipses son presagios infortunados.

La lectura de un eclipse como un mensaje aciago es más que entendible si consideramos que, al menos desde un plano arquetípico, estamos presenciando el momento en que la luz, representada por su máximo embajador, cede a la seducción de la oscuridad y se deja cobijar por la sombra. Pero también es importante entender que, además de que la oscuridad era entendida como pieza fundamental en el equilibro del Cosmos, esta muerte pasajera del Sol puede interpretarse, y de hecho así lo era en Mesoamérica, como un portal de renovación.

“Para estas antiguas sociedades, el eclipse debió representar una catástrofe, y realizaban sacrificios con el propósito de ‘mantener vivo’ al astro, pues para ellos el sol negro o del inframundo se había impuesto al sol dador de vida” dice el arqueólogo Fernando López Aguilar. La reacción ritual a un eclipse presumiblemente incluía ritos y ofrendas de renovación, para así conjurar el renacimiento no solo del Sol sino, aludiendo a la correspondencia entre cosmos e individuo, también de las cosas mundanas, incluidos los seres humanos.

Antiguas creencias populares alrededor de los eclipses solares

Entre los antiguos mexicanos, y aún en la actualidad de ciertos grupos, los rituales incluían, además de sacrificios, hacer ruido, mucho ruido: con cantos, invocaciones e instrumentos de percusión. Así es como participaban, y colaboraban con la luz, en esta batalla en la que el sol, tras su muerte temporal, debe renacer; en otros casos se hacía ruido para ayudarlo a salir de su letargo y así evitar que fuera devorado en su totalidad por la noche, representada en diversos mitos como un animal amorfo o un ser misterioso.

Una creencia generalizada hasta la fecha es que los eclipses amenazan la salud de los bebés. Por ejemplo, entre los otomíes, las embarazadas deben proteger al bebé de los eclipses –posible inductor de malformaciones– portando listones en torno al vientre o cargando consigo objetos de metal. Por otro lado, los mayas y otros creen que un eclipse puede manchar la piel del bebé estando dentro del vientre; también se habla de posibles deformaciones en el proceso de gestación.

Siguiendo con las creencias populares entre diversos grupos de México, muchas de las cuales se mantienen, Antonio Francisco Rodriguez Alvarado hizo una interesante recopilación:

Thompson (: 288-289) comenta que entre los mayas de la península de Yucatán así como entre los mayas tzeltales y kanhobales está muy difundida la creencia de que los eclipses se deben a las peleas conyugales del Sol y la Luna.

Ruz (T. ll, 1982: 52), refiere que entre los tojolabales, los eclipses de ambos cuerpos celestes son vistos con grave angustia, pues se teme que una vez derrotados por la luna, el fin del mundo sería cierto. Por ello, cuando ocurren, la gente se refugia en la iglesia, tocando campanas, tambores, e incluso instrumentos de labranza para “ayudar” a que se haga nuevamente la luz.

Thomas (1974: 98, 104, 113). Entre los zoques de Rayón, Chiapas existe la creencia de que los eclipses de Luna producen la muerte de niños. La luz de velas benditas (san’tu ano’ ‘a) protege una casa durante los eclipses de Sol y de Luna de los brujos, el mal espíritu y los demonios de la naturaleza, que se dice aparecen de noche.

González (1982: 109-110), comenta que los tarahumares se atemorizan cuando hay un eclipse. Dicen que el Sol está enfermo, que hay que aliviarlo y medicinarlo con sus ofrendas y sacrificios, porque si se muere, se morirán ellos también.