Por Alfredo Bielma Villanueva

 

 

Quizás por su larga permanencia en el poder nacional todo lo malo que ocurre en México lo atribuimos al Partido Revolucionario Institucional; si la estrategia del “dedazo” se produce en otro partido, Morena, por ejemplo, lo explicamos a través del “ADN priista” inoculado en López Obrador; si un gobernador o alcalde proveniente del PRD, Movimiento Ciudadano, o PAN es corrupto pero tiene antecedentes priistas, la culpa es del PRI, y así consecutivamente.

¿Es la corrupción en México un producto de origen priista? ¿Es la tendencia a centralizar decisiones una actitud netamente priista? Si la interrogante tiene respuesta inmediata seguramente será afirmativa, pero incorrecta porque la corrupción en México tiene raíces de siglos, la han practicado en la Iglesia (la venta de Indulgencias), los Virreyes, los militares durante la conquista y la Colonia, los políticos desde la Independencia, los generales durante el periodo posrevolucionario cediendo la asonada o el cuartelazo o apoyando a políticos de oposición a cambio de contratos o puestos en el gobierno. La inercia a centralizar decisiones, decidir individualmente o en petit comité, se practica en el PRI, pero encuentra explicación en nuestra historia: siendo un país con régimen de gobierno federal, el centralismo estuvo en todos los órdenes de la vida nacional.

La causa eficiente del por qué todos culpan al PRI es su añosa participación en la vida política de México. Su militancia se nutrió con todo tipo de individualidades, de mente conservadora unos, liberales otros, de izquierda algunos más, todos cupieron en la amalgama de sectores priistas que cada seis años se renovaba gracias a la capilaridad social y política; allí convivían obreros, campesinos y comerciantes con los grandes empresarios, industriales y financieros del país, incluso el propietario de Televisa, Emilio Azcárraga, se reconoció públicamente como “un soldado del PRI”.

De ese enorme almácigo surgieron Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Navarrete, Andrés Manuel López Obrador, etc., para formar el Partido de la Revolución Democrática. Del fenómeno de migración política en Veracruz encontramos elocuentes muestras en Miguel Ángel Yunes Linares y Dante Delgado Rannauro, este en Movimiento Ciudadano y aquel en el Partido Acción Nacional.

Ricardo Monreal es otro caso destacable, fue diputado priista, aspiró al gobierno de Zacatecas pero el PRI no apoyó esa inquietud, entonces se arropó en el PRD y fue el primer gobernador perredista, más tarde militó en Movimiento Ciudadano, después en el PT y ahora está en Morena. El senador Barbosa, fue priista, después perredista y ahora apoya a Morena. Manuel Barttlet Díaz fue connotado priista, pasó al PRD, coordina la bancada del PT en el senado pero está con el Peje; los casos se multiplican por doquier, y podría afirmarse que más del 85 por ciento de los gobernadores habidos en el país en algún momento militaron en el PRI y tuvieron cargos directivos en ese partido, como Arturo Núñez, de Tabasco, quien dirigió la Escuela de Cuadros del tricolor.

Momento histórico, circunstancias, vocación priista, único pasillo para acceder al poder, etc., son algunas de las causas por las que militaron en el PRI. ¿Es válido lo del “ADN priista”?

En realidad ¿López Obrador mantiene férreo control en su partido por tener ese hipotético “ADN priista? Obviamente no, suena a lugar común pero la política es de circunstancias y la sabiduría del animal político radica en saber acomodarse al ritmo de la realidad. ¿Dante Delgado se perpetúa en el control de Movimiento Ciudadano por ese lúdico ADN? Solo quien ha ejercido el poder sabe lo dulce de su ejercicio. ¿Miguel Ángel Yunes Linares concentra todo el Poder en su persona por ese supuesto “ADN priista”? La respuesta deviene de la consigna “el poder ganado a pulso no se comparte, solo se ejerce”.

De allí que como Institución Política en el PRI alguno de sus voceros pudiera expresar “¿Y yo, por qué”?

 

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