Por Nora Guerrero

Estimados lector-lectora, permítame compartir con usted este momento de mi vida. La noche del viernes fue la celebración de El Grito de Independencia de México. En mi familia solemos reunirnos para cenar y este año no fue la excepción. Cuando salíamos del lugar de reunión, pasada la media noche, recibí la llamada telefónica de mi hermana que vivía con papá, para darme la noticia de que recién había fallecido. Ayer viernes, sin más ni más, sin dolor, sin agonía, partió. Hoy, ya no está.

Nacer, crecer, reproducirse y morir es ley de la vida. Lo interesante del proceso es qué hacemos con ella, cuál fue el aprendizaje y cuál el legado.

El padre de mi padre era tapatío, militar que murió antes de que éste naciera, sus abuelos maternos lo criaron y formaron. Se educó en colegios militarizados en la ciudad de México y llegó al puerto de Veracruz, donde se quedó para siempre. Aquí conoció a Ciri, mi madre y formaron una familia de cinco hijos, ocho nietos y tres bisnietos.

Trabajó por treinta años en el Banco de México, Sucursal Veracruz, fue el responsable de las instalaciones eléctricas del imponente edificio al pie del malecón, hoy Torre de Pemex. También fue instructor de innumerables Bandas de Guerra de escuelas, sindicatos y corporaciones como Bomberos de Veracruz ¡él era majestuoso con la corneta y el clarín! Ejecutó el Toque de Silencio en el sepelio del doctor Rafael Cuervo, gran personaje no sólo de la medicina, sino de la historia veracruzana. Fue invitado a tocar silencio ante el monumento al Negro Yanga, quien en 1570 lideró a un grupo de esclavos negros, en el municipio que hoy lleva su nombre. En el año 1954, tocó silencio en los funerales del Comandante Rangel Caballero, Jefe de Bomberos del municipio de Veracruz.

El más significativo toque que realizó fue en los años cincuenta, precisamente en Bomberos, donde era el Corneta de Órdenes -voluntario- al verse precisado a dar el  toque “Sálvese quien pueda”, incluso, sin el conocimiento del Primer Comandante, pues un buque se incendiaba y las llamas estaban por alcanzar los barriles de combustible. Sin embargo, su compromiso con el Banco de México, lo llevó a suspender sus tareas bomberiles, pero siempre nos inculcó a mis cuatro hermanos y a mí, ser corresponsables y comprometidos con nuestra sociedad.

Lo que más me encantaba de mi padre era su amor por las plantas, las flores y los animales, con los que era piadoso. Cuando yo era niña, durante un tiempo, mamá crió aves de corral en el gran patio de la casa. Estas reconocían a papá cuando llegaba del trabajo y hacían alboroto para que él les diera de comer. Era cariñoso con los perros y al chango del vecino, papá le daba todos los días sus consabidos plátanos.

Él tenía su propio jardín de rosas y yo me acomedía a atenderlas. Allí aprendí lo que pueden herir sus espinas…y aguanté los piquetes con estoicismo, pensando que ellas sólo se defendían de mi intromisión.

En la banqueta de doce metros, siempre hubo un framboyán que la alfombraba de diminutas hojas verdes y flores naranjas como el fuego, mientras en un extremo, un almendro nos dio sombra por décadas. En el patio, el zapote negro, naranjo, mango, aguacate, platanares y plantas, tuvieron que ceder terreno para una nueva construcción. Sólo un guayabo resistió cincuenta años más. Cuando mis padres viajaron a Puerto Rico, trajeron palmitas que sembraron. No daban cocos, pero ¡qué linda sombra proporcionaron! xalapaflorida@hotmail.com