Ya sea por condiciones climatológicas, económicas, políticas adversas, de guerra de conquistas y/o colonización, el hombre es un ser migrante, tal como lo registra la Historia Universal; incluso el turismo es un fenómeno de migración eventual. Por esta gran movilidad colectiva podemos colegir lo absurdo de aquellas teorías de la supremacía blanca y de la “pureza de raza” porque la mezcla entre gente de diversa coloración de piel, ya por conquista y sometimiento, o bien por mera convivencia está registrada en diversos eventos de la historia humana. Basta recordar el éxodo judío para llegar a la tierra prometida, o la invasión persa al mediterráneo europeo, o la de Grecia al norte de Asia por la proeza de Alejandro, o la de los romanos invadiendo casi todo Europa, incluida Britania, o la de los bárbaros del Norte conquistando Roma, o la de los españoles en América, para imaginar lo difícil que resulta concebir una raza “pura”, y aún más, el absurdo de “la raza superior”. Pero, fundamentalmente, es innegable la sempiterna actitud y capacidad del hombre para manifestarse en movimiento continuo sobre la faz del planeta. Obviamente, el costo de esa movilización es de precio elevado porque conlleva sufrimientos; solo basta sopesar el alejamiento de un individuo de su seno familiar en pos de la aventura para comprender el significado de la migración. Los cientos de africanos ahogados en el Mediterráneo buscando abrigo, trabajo y comida en el continente europeo; las centenas de centroamericanos y mexicanos muertos en busca del “sueño americano”, nos dan meridiana idea del trágico resultado de esa movilidad colectiva de seres humanos porque nada tienen que perder, excepto la vida. Ese drama lo estamos observando “en vivo” en nuestro territorio, es un episodio verdaderamente trágico que en nuestro país se combina con la abierta e impune intervención del crimen organizado en la explotación de migrantes, y qué decir de no pocos agentes de migración, cuyo trato supera o iguala a la brutalidad de los de “la migra” del norte, tan ácidamente criticados por nosotros, que no atinamos a ver la enorme viga que nos empaña la visión. Y así vamos, cargando esa viga, adornada con un discurso solo de aliento y de esperanza porque en los hechos la efectiva solución de los problemas aún queda lejos.