Don Benito Juárez es un preclaro ejemplo de superación, con talento y carácter suficiente para arrostrar los problemas de la vida, sufrirlos, resistirlos y salir adelante, tal cual demostró en su difícil encomienda de sacar adelante a un país agobiado por divisiones intestinas y frente a las ambiciones imperialistas francesas; de no haber tenido intenciones aspiracionistas, de superación personal, difícilmente hubiera escalado cargos públicos en un país donde sus aborígenes ocupaban el sótano social.

De gran brillo intelectual fueron quienes lo acompañaron y coadyuvaron a la gran empresa nacionalista, sin resquicio de envidias o pruritos de sentirse opacado por el brillo personal de sus adláteres, en demérito de su gran empresa histórica.

Por el contrario, el prestigio de sus colaboradores lo enalteció en el imaginario colectivo, la causa requería de esa estatura moral para ganar prestigio y generar conciencia favorable a un gobierno itinerante encabezado por “un indio recorriendo el país en su polvosa carroza”.

Cuán difícil fue la vida personal y política de Juárez lo sabemos por la Historia de su acontecer, por esos motivos y más Juárez está en el nicho de los grandes de México y actualmente lo privilegia, como a Hidalgo y Madero, el gobierno de López Obrador como parte de su emblemática Cuarta Transformación.

Casi 40 años después, en circunstancias personales y objetivas muy diferentes surgió Francisco Madero, destacado miembro de la oligarquía de su tiempo que tuvo oportunidad de estudiar en Europa y abrevar de la filosofía y teorías políticas que inspiraron las revoluciones sociales de su tiempo, su concepción ideológica coincidía con la incontrastable conveniencia de un cambio de régimen en el país, que entonces yacía enajenado por una elite gobernante junto a un dictador a quien los años habían vencido.

Madero convocó a la Revolución para derrocar al gobierno de Porfirio Díaz (y a los Científicos) y triunfó. Solo que ya en el gobierno olvidó o hizo a un lado las pretensiones de quienes lo acompañaron en la lucha revolucionaria (persiguió a Zapata, se desentendió de Villa, postergó a sus aliados), y privilegió a los “vencidos” a partir de la redacción del Pacto de Ciudad Juárez. Ambos, Juárez y Madero, actuaron en sus respectivas circunstancias (curiosamente, ambos estarían en la categoría de aspiracionistas), pero sin duda son personajes históricos de diferente perfil, unidos ahora en el imaginario de un gobierno cuyo postulado fundamental es el cambio.