Un verdadero arrebato ideológico invade al discurso presidencial, no es posible otra interpretación respecto a su nueva arremetida contra la clase media mexicana calificada ahora de ingrata, a diferencia de la gente “con menos recursos” que sí agradeció las dosis inmunizantes contra el Covid-19. Mala señal es esa. Porque se entiende que el gobierno tiene la obligación de cuidar por la salud de sus gobernados, indistintamente de su condición económico y posicionamiento político, y los recursos utilizados para ese empeño son de origen fiscal, no salen de la bolsa de quien gobierna. No es buena señal porque un presidente a partir de asumir esa importante función debe gobernar sin distingos de clase, raza, cultura, partido político, a sus mandantes. Pero de manera paulatina, el presidente confirma la sospecha respecto a su conducta de gobernante: no gobierna para un país, sino para un segmento poblacional cuya condición económica no le permite acceder a otra información aparte de la que se apareja con los programas asistencialistas, ambas forman parte del discurso oficial de adoctrinamiento permanente, se orientan a concientizar al “pueblo bueno y sabio” de que “solo con este gobierno tenemos los apoyos económicos directos”, a ellos se dirige la retórica que hace aparecer las remesas como frutos del gobernante, la vacunación como dadiva graciosa del gobierno, el presupuesto de egresos como la fuente de su bienestar y la medicina como don gracioso. En cambio, la clase media tiene oportunidad de analizar los conceptos y giros de un discurso, de saber quién es quién en la política, de compararnos con otros países, de medir los resultados de un gobierno y de discernir entre la realidad y lo ficticio. Cuando la clase media discernió sobre la necesidad de un cambio en el país y apoyó con su voto, bienvenida, pero cuando da señales de adoptar actitudes críticas e incluso discrepar entonces pierde su calidad de aliado incondicional. En 2012, el PRD tenía en Marcelo Ebrard un candidato competitivo para alcanzar la presidencia de México, contaba con la simpatía de un gran sector de la clase media, no así con la gran franja poblacional de los desposeídos, a quienes López Obrador conquistaba en sus giras a ras de piso, ese segmento social es el más numeroso y sirvió para que el otrora “Peje” ganara la candidatura perredista a la presidencia, pero la clase media no lo acompañó y ganó Felipe Calderón. Sin embargo, para 2018, la clase media ya tenía otra opinión y entregó su confianza en López Obrador, el enviado para el cambio. Tres años después los acontecimientos han revelado cuáles son los signos auténticos del “cambio”, y algo pasó porque ahora la clase media gana la categoría de ingrata. Y “Cuando el rio suena algo lleva”.