De la leyenda “la solución somos todos” enarbolada durante el gobierno de José López Portillo (1976-1982) derivó otra devenida por la decepción popular: “la corrupción somos todos”, vistos los elevados índices de corrupción mostrados en aquella gestión pública sexenal que nos exhortó a prepararnos para administrar la riqueza con resultados catastróficos.

Es iterativo repetir aquello de “nadie resiste un cañonazo de 50 mil pesos” proclamado por Obregón, también lo de la “comalada sexenal de nuevos ricos” que el ex presidente Portes Gil (1928-1930) denunciaba ante las súbitas riquezas de quienes integraban un gobierno.

En Veracruz también tenemos vivas constancias de todo eso, el antes y el después de no pocos políticos denuncia por si solo el síndrome de la corrupción. El mismo que el presidente López Obrador pretende extirpar de raíz en quizá iluso intento.

No es apelar a un sentimiento de conformismo si nos remontamos a tiempos anteriores a Heródoto (484- 426 a C) cuando el historiador narra el episodio de cuando Cambices, rey persa, señala a un juez recién nombrado la silla donde se sentará, porque aquel mueble estaba forrado con la piel de su propio padre, juez también, pero ejecutado por venal. De esa manera, razonaba Cambices, ese nuevo juez no incurriría en corrupción.

Y ¡todavía andamos en esas! ¿Será porque la corrupción es consustancial al ser humano? Es pregunta.