El hombre, la humanidad, durante el expansivo horizonte de su existencia ha venido preguntándose acerca de la dramática transitoriedad de la vida, lo perecedero de su existencia, la sutil levedad del ser, sin respuesta alguna. La interrogante se acentúa en tiempos como los actuales, cuando una pandemia sanitaria agrede a la humanidad y provoca gran mortandad ya de manera indiscriminada. La versatilidad de esa agresión se torna ahora, en la llamada tercera ola, que en México es repunte porque en realidad nunca se ha aplanado la curva pandémica: en sus inicios la gran mayoría de enfermos mortales eran adultos mayores, ahora el porcentaje aumenta entre los jóvenes, muchos de los cuales han sucumbido frente al mortal virus. Es dramático, porque, si en 2020 los hijos rondaban los hospitales preguntando por la salud de sus padres allí internados, ahora son los padres quienes desesperados ruegan a Dios y claman por la vida de sus hijos. Esta circunstancia trae a cuento el relato de Heródoto en su primer Libro dedicado a Clío, cuando narra lo que Creso, vencido por el persa Ciro, dice: “nada es tan necio como preferir la guerra a la paz, en esta los hijos entierran a sus padres, y en aquella, los padres a sus hijos”.