Aturdida, cansada y aparentemente ya convencida de lo inútil que resulta para ella defenderse por la vía del recurso jurídico contra las acusaciones formuladas en su contra. Rosario Robles ha emprendido el camino de la protesta pública y ha salido a calificarse como perseguida política y se dice víctima de una venganza: “Esta es una venganza. El presidente dice y yo le tomo la palabra, que de su parte no es, entonces de parte de quién es;… hay una venganza, aquí no hay una aplicación de la ley. Yo tengo derecho de tener mi libertad. Si no es conmigo el pleito, y si no es del jefe del estado mexicano, ¿de quién es?”. Así lo expresó a El Universal Rosario Robles, quien, además, señaló presiones para involucrar a terceras personas (Peña Nieto, Videgaray). Desde el llano, sin información genuinamente certificada, no es posible condenarla o declararla culpable o inocente, sin embargo, este caso hace radical contraste con otros, como el de Lozoya, por ejemplo, hacia quien las autoridades deparan atenciones ajenas, sigue su juicio en libertad y gozando de canonjías. Justamente en ese contraste radican las dudas acerca de si “la ley” es pareja y justa. ¿Para qué hacer cosas “buenas” que parecen malas? Ahora Rosario Robles se manifiesta “en acciones de resistencia civil” desde su domicilio en la cárcel, configurando así un expediente que, para algunos, pasando el tiempo no resultará nada grato. Y ya una vez roto el dique que contenía la esperanza de salir a la libertad, Rosario Robles parece decidida a hacer política desde su condición de “víctima”, y ya sabemos que la conciencia colectiva casi siempre se inclina “por el más débil”.