Por Sergio González Levet

 

 

La primera llamada suena en el celular a las 8 de la mañana. Quien contesta debe esperar algunos segundos porque el que marcó se tarda en iniciar la conversación (tal vez esto lo hagan las y los telefonistas por orden de alguna ocurrencia de los genios de la mercadotecnia de la empresa para la que trabajan, con un fin desconocido). Por fin se escucha una voz que dice:

—¿Hablo con el señor Arturo Miguel?

Y el señor Arturo Miguel obviamente contesta que sí, extrañado porque mencionan su segundo nombre, que casi nadie conoce.

Ahí empieza un largo saludo desde el otro lado de la línea, que se alarga precisamente porque el motivo de la llamada no es expresado de inmediato, como debería hacerse siempre, en economía del tiempo:

—Buenos días —dice una voz impersonal, con un acento extranjero—, permítame presentarme. Mi nombre es Luis Rodríguez (o Carla Pérez o Jorge Osuna o Susana Córdoba) y antes que nada quiero preguntarle qué tal está pasando el día…

En ese momento, a Arturo Miguel- a quien en adelante llamaremos “la víctima- se le antoja contestar que muy mal, porque más que pasarla, está empezando apenas la jornada y ya se vio interrumpido por un impertinente que no contento con haberlo despertado lo hace perder el tiempo con sus dilaciones. Pero el que está del otro lado es un experto en no soltar la palabra. Así que sigue con su dilatado discurso:

—…le estamos llamando porque tenemos para usted una extraordinaria promoción de City Banamex, la mejor experiencia bancaria. De acuerdo con nuestros registros, usted es elegible para obtener una de nuestras tarjetas de crédito y su solicitud ha sido aprobada.

En este punto, la victima piensa que él nunca hizo una solicitud a ese banco y qué entonces cómo es posible que le hayan aprobado lo que nunca pidió. Pero al que está al otro lado de la línea le pagan y lo capacitan para ser despiadado, así que no permite que la víctima articule siquiera una sílaba.

—Solamente le llevará unos minutos completar su solicitud (¡dale con la solicitud!) y entonces podrá “accesar” a los beneficios de la tarjeta de crédito City Banamex, que es la mejor experiencia bancaria.

Aprovechando la pausa del eslogan, la víctima logra hacer oír su voz y le dice a la voz desconocida que no gracias, que no quiere una tarjeta más, que con las que tiene ya está metido hasta el cuello de deudas. Con esto cree haber ganado la partida, pero su oponente es implacable y empieza una retahíla de los inmejorables beneficios que se perdería si no obtuviera la tarjeta de crédito de City Banamex, la mejor experiencia bancaria.

Lo cierto es que a la víctima le cuesta un gran esfuerzo convencer al otro de que no quiere una nueva tarjeta de crédito y pierde muchos minutos valiosos de su tiempo matinal hasta que logra terminar la llamada, con lo que se siente aliviado y piensa, dentro de toda lógica, que dejarán de importunarlo ante su negativa tan tajante.

Pero no, porque a las 11 de la mañana vuelve a sonar su teléfono. Contesta porque temprano le habían marcado de un teléfono de la CdMx y esta vez le llaman desde León, Guanajuato, lo que descubre por las claves Lada.

La llamada repite lo mismo de la mañana, con las mismas dilaciones e impertinencias del “ofertador”, que esta vez le ofrece además que “aperture” una cuenta en City Banamex, la mejor experiencia bancaria.

¿Y qué cree usted? Pues que Arturo Miguel, la víctima igual que miles de otros mexicanos, seguirá recibiendo este tipo de llamadas durante todo el día y durante muchos días, hasta que, bendito sea dios, termine la campaña que se pasa por el arco del triunfo la confidencialidad de los ciudadanos de este país, y todas las reglas y leyes mexicanas al respecto.

¿A usted no le han llamado?

 

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