- María Antonieta Lama investiga los pecados cometidos en el Oaxaca del siglo XVIII
- “Lo describe como un clérigo insolente y de conducta relajada por usar una capa (azul) sin cuello ni mangas”.
“Creo que es muy importante que tengamos siempre presente la utilidad y posibilidades que nos da el acceder a toda la información que hay en los archivos. Muchas veces por eso los destruyen, porque hay información incómoda para el poder, que no conviene que se sepa”
Karina de la Paz Reyes Díaz
Xalapa, Ver.- María Antonieta Lama Pérez, estudiante de la Maestría en Estudios de la Cultura y la Comunicación (MECC) de la Universidad Veracruzana (UV), desarrolla la investigación “Perdona nuestras ofensas: voces acusatorias de los pecados cometidos en el Oaxaca del siglo XVIII”, a través del análisis de cinco casos que localizó en el Archivo General del Estado de Oaxaca (AGEO).
Los avances de su investigación fueron presentados el 26 de agosto en el Segundo Coloquio de Investigación de la MECC, quinta generación, posgrado adscrito al Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación (CECC).
En entrevista, la egresada de Antropología Histórica de la Facultad de Antropología de la UV y oriunda de Oaxaca, recuerda que fue en la licenciatura que inició su interés por el trabajo en archivos.
“En ese tiempo eran casi indivisibles pecado y crimen, casi un sinónimo”, explicó sobre su actual investigación; para muestra, los cinco casos que contempla en el corpus documental, tomados específicamente de los archivos relacionados con el Arzobispado y el Tribunal Eclesiástico del AGEO.
“Mi propósito es comprender y distinguir las distintas voces de los actores sociales que convergían en estas distintas acusaciones y comprender, a partir del análisis del discurso, qué significaban estas descripciones tan específicas que causaban tanto revuelo.”
De los cinco casos que analiza, bajo la dirección de la investigadora del CECC Norma Esther García Meza, su favorito es el de un clérigo encargado de la Parroquia de Juquila. Él fue acusado por el otro padre también encargado de esa iglesia por exhibirse en público. “Lo describe como un clérigo insolente y de conducta relajada por usar una capa (azul) sin cuello ni mangas”.
María Antonieta, al leer textos de Huemac Escalona Lüttig se percató de que en el siglo de XVIII el azul añil era uno de los colores más caros que existían; entonces, la capa que era el motivo de la acusación, se trataba de una prenda muy ostentosa para ser portada por un clérigo.
Con la guía de su directora de tesis, consultó el Diccionario de Autoridades (1726-1739) de la Real Academia Española y entendió que el hecho de que la capa no tuviera cuello ni mangas significaba que estaba carente de tela, lo cual tratándose de un clérigo causó tanto revuelo.
Otro caso versa sobre dos personas que querían contraer matrimonio, pero la mamá de la novia acusó que el prometido era el verdadero papá de su hija. Finalmente, sí se casaron, pues investigaron y se determinó que no era su descendiente y que tal acusación de “incesto ilícito” no procedía.
Antes, explicó la entrevistada, había “incesto lícito” e “incesto ilícito”, y el primero era para conservar la pureza del linaje y lo perdonaban a través de bulas papales.
Un caso más es el de una pareja de indígenas de la sierra de Oaxaca, concretamente de Ixtlán, acusados por ser amantes, pues tanto él como ella estaban en matrimonio. Otro es el de un hacendado de la costa de Oaxaca, que fue excomulgado por el padre de la iglesia, al no asistir a misa.
El último caso es un proceso en contra de una población y el párroco, por atacar a un músico de capilla. Éste fue violentado “porque tocaba música que en muchos siglos no se había escuchado”. Para María Antonieta, probablemente se trataba de música de antes de la conquista o de la considerada pagana.
“Está interesante la convergencia de voces, porque no sólo la tiene quien acusa, sino que está el derecho de réplica del acusado. Algo que me sorprendió: yo pensé que el único que tendría ese derecho era el hacendado, por privilegiado, por ser español y dueño de una hacienda muy productiva; pero no, hasta los indígenas que eran amantes tienen ese derecho, menos ‘el clérigo insolente’. Se me hizo muy peculiar.”
Para la entrevistada, los documentos son depositarios de la memoria, testigos que han dejado voces plasmadas, un testimonio de lo que pasó en un tiempo y momento determinado y no solamente son el reflejo de algo individual, sino colectivo. “Creo que es muy importante que tengamos siempre presente la utilidad y posibilidades que nos da el acceder a toda la información que hay en los archivos. Muchas veces por eso los destruyen, porque hay información incómoda para el poder, que no conviene que se sepa”.