¿COMO CUÁL RANA ELEGIMOS SER?
Por: Denisse Maldonado-Sánchez1, Sergio A. Cabrera-Cruz2, Eva María Piedra-Malagón
1Red de Biología Evolutiva, Instituto de Ecología A.C (INECOL).
2 Unidad de Servicios Profesionales Altamente Especializados (USPAE), Instituto de Ecología A.C (INECOL).
Resumen: El acelerado crecimiento poblacional y de las áreas urbanas han traído como consecuencia el aumento de la temperatura ambiental en las ciudades, conocido como Islas de calor ¿Podemos minimizar sus afectos?
Palabras clave: Islas de calor, urbanización, vegetación.
En una de sus fábulas, Olivier Clerc narra la historia de una rana que al ser puesta en una olla con agua hirviendo escapa inmediatamente. Sin embargo, si es colocada en una olla con agua a temperatura ambiente que apenas se está calentando se queda ahí, acostumbrándose a la temperatura sin darse cuenta que la están cocinando, hasta que es demasiado tarde y muere ¿Qué haríamos nosotros en lugar de la rana? En el primer caso seguramente también escaparíamos de inmediato del agua hirviendo. Pero a diferencia de la rana, en el segundo caso nos daríamos cuenta del peligro inminente y nos saldríamos de la olla antes de que fuera demasiado tarde… ¿O no sería así?
En la primera mitad del siglo XIX, específicamente en 1833, el científico inglés Luke Howard documentó, posiblemente por primera vez en el mundo, el efecto que las áreas urbanas tienen sobre el clima local. Entre esos efectos se incluye el hecho de que la temperatura ambiental en las ciudades es mayor que en sus alrededores rurales, generando lo que actualmente se conoce como Islas de calor (Figura 1).
Desde que se dio a conocer la existencia de las islas de calor, las áreas urbanas no han hecho más que crecer: a principios del siglo XIX inició un proceso acelerado de urbanización, trayendo como consecuencia un incremento notorio en el porcentaje de superficie terrestre cubierta por áreas urbanas, así como de la cantidad de gente que vive en ellas.
La urbanización vino de la mano con la revolución industrial que se caracterizó, entre otras cosas, por la invención y el uso de maquinaria para realizar distintas tareas, así como por el uso de combustibles como el carbón. El 14 de agosto de 1912, ya en el siglo XX, se publicó en Nueva Zelanda una brevísima nota en un periódico local titulada “El consumo de carbón afecta al clima” (Figura 2). Ahí, los autores informaron que la cantidad de carbón que se quemaba cada año alrededor del mundo agregaba unas siete mil millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, advirtiendo que esto podría incrementar la temperatura ambiental y tener un efecto considerable en el futuro.
Efectivamente, el calentamiento global es una realidad que ya está sucediendo y a la fecha se han publicado al menos 14,000 artículos sobre este fenómeno. Además, está documentado que el calentamiento global exacerba las islas de calor y que estas tienen efectos adversos en la población, que van desde la simple sensación de calor, pasando por la deshidratación, insolación, enfermedades respiratorias e incluso la muerte. Por otro lado, se pronostica que las olas de calor serán peores en la segunda mitad del siglo XXI, a donde llegaremos en tan solo unos años.
En Xalapa, Veracruz, también existe evidencia del efecto de la urbanización en la temperatura ambiental. A partir de 1980, la ciudad creció a un ritmo de aproximadamente 10km² por década, reemplazando bosque por campos de cultivo donde después se construyó infraestructura urbana. Entre esa misma década y el año 2000, las temperaturas mínimas y máximas de la ciudad aumentaron 1.3°C y 0.9°C, mientras que entre los años 2000 y 2015 subieron otros 0.4°C y 0.15°C respectivamente. De igual manera, en esta ciudad también está documentado el efecto de isla de calor: dependiendo de la temporada del año, la temperatura en las zonas más urbanizadas de la ciudad puede ser entre 0.5 y 3.1°C mayor que en sus áreas verdes. Sin duda, estos patrones se repiten en otras ciudades del mundo.
Aún desconociendo esos números, las islas de calor tanto en Xalapa como en los municipios aledaños son perceptibles. Por ejemplo, la sensación térmica en lugares como el cerro del Macuiltepetl, el Santuario del Bosque de Niebla, e incluso en la carretera Antigua a Coatepec, es diferente a la que se tiene en Plaza Américas, la Central de Abastos o la nueva carretera a Xalapa. Para el último ejemplo, no solo resulta más placentera la temperatura de la Carretera Antigua, sino que está ofrece, desde diferentes perspectivas, otros beneficios como un paisaje más relajado rodeado de árboles que brindan sombra durante todo el trayecto.
Si conocemos y experimentamos tanto los efectos del calor derivados de la urbanización, así como la frescura de las zonas arboladas que nos quedan y además sabemos que los efectos adversos de las islas de calor (como el riesgo de mortalidad) es menor en ciudades con un grado alto de verdor…¿por qué no tener más áreas verdes en la ciudad?, ¿por qué se construyen nuevos fraccionamientos o zonas habitacionales sin suficientes áreas verdes?
Han pasado casi 190 años desde que descubrieron las islas de calor y 110 desde que se advirtió del calentamiento global ¡Es tiempo para tomar acciones que reduzcan el calor en nuestras ciudades!, como mantener e incrementar su superficie con vegetación. O es que, como la rana, ¿esperaremos a que sea demasiado tarde y el calor nos venza?
Figuras
Slider. La temperatura bajo la sombra de la vegetación es menor que la temperatura donde no la hay. Para minimizar el efecto de las islas de calor necesitamos conservar más áreas verdes y plantar vegetación en zonas altamente urbanizadas, como en estacionamientos de plazas comerciales, camellones de avenidas y unidades habitacionales.