Viajando a reservas pioneras de México

Adriana Sandoval-Comte y Jorge Ramos-Luna

Red de Biología y Conservación de Vertebrados, INECOL, A.C.

 

Resumen.– Mapimí y La Michilía son dos de las primeras Reservas de la Biósfera en Latinoamérica. Ubicadas al noroeste de México, en ellas se esconden paisajes imponentes que albergan especies únicas y carismáticas. Recorrerlas es recordar la importancia de conservar nuestro patrimonio natural.

 

Palabras clave.– Mapimí, La Michilía, Reservas de la Biósfera, Animales, Durango.

 

Hablar de patrimonio natural no es solo hablar de la enorme diversidad de ecosistemas y especies, también nos hace reflexionar sobre el inmenso conjunto de servicios y bienestar que nos brinda la naturaleza, y que estamos estrechamente vinculados con ella, pues existe una interdependencia entre los sistemas ecológicos y sociales, un patrimonio cultural que tiene valor y significado, y que de alguna forma hemos heredado y deseamos heredar a nuestras generaciones futuras. Una estrategia para “asegurar” la subsistencia de este patrimonio, son las Reservas de la Biósfera, un tipo de Área Natural Protegida impulsadas en los 70´s por la UNESCO en colaboración con muchos países alrededor del mundo, las cuales pretenden combinar la conservación de la naturaleza con el desarrollo humano sostenible.

Para este viaje, centraremos todos los sentidos a las dos primeras Reservas de la Biosfera de Latinoamérica y que están en México; Mapimí y La Michilía, mismas que fueron impulsadas desde su origen por el INECOL hace casi 45 años (1979) y que albergan cada una de ellas su propia estación de investigación de campo.

A una distancia aproximada de 500 km una de otra, tanto Mapimí como La Michilía, se ubican al noroeste de México en Durango, una región que resguarda diversos ecosistemas, desde matorrales y pastizales, hasta selvas secas y bosques templados. En esta área, se encuentran zonas de relevancia para la biodiversidad mexicana, como lo son el extenso Desierto Chihuahuense y la majestuosa Sierra Madre Occidental, mismos que han pasado a integrarse al imaginario colectivo que viene a nuestra mente al pensar en México, y que a su vez representan fielmente dos paisajes muy distintos (Fig. 1).

Mapimí, se ubica al noreste de Durango en colindancia con Coahuila y Chihuahua en una altitud entre los 1,100 y 1,400 metros sobre el nivel del mar, tiene una extensión de poco más de 342 mil hectáreas (más del doble del tamaño de la CDMX). Recorrer esta reserva, es encontrarse con cerros de roca, dunas arenosas, pastizales dorados y matorrales extensos, y aunque podríamos pensar que la vegetación en los desiertos es pobre y escaza, dadas las condiciones climáticas extremas, con la caída de las primeras gotas de lluvia cientos de plantas desérticas reverdecen y colorean el paisaje con sublimes y llamativas flores, embelleciendo el áspero desierto y brindando hogar a diferentes animales.

En Mapimí, se han registrado cerca de 270 especies de vertebrados terrestres, entre ellos encontramos a la emblemática tortuga del Bolsón de Mapimí (Gopherus flavomarginatus), a los camaleones cornudos (Phrynosoma cornutum y P. orbiculare), al murciélago alacranero (Antrozous pallidus), a varias serpientes como la cascabel de cola negra (Crotalus molossus), cuervos (Corvus corax y C. chryptoleucus), contados anfibios como el sapo cavador (Scaphiopus couchii), pumas (Puma concolor), coyotes (Canis latrans), tejones (Taxidea taxus), zorritas del desierto (Vulpes macrotis), venados (Odocoileus hemionus) y liebres (Lepus californicus; Fig. 2).

En contraste, lejos del desierto al sureste de Durango, casi llegando a los límites con Zacatecas, se ubica la Reserva de la Biósfera de La Michilía, con aproximadamente 35 mil hectáreas de bosques templados secos y praderas de alta montaña, entre los 2,000 y 3,000 metros sobre el nivel del mar, cimentada en la base de la Sierra Madre Occidental, entre la Sierra de Michis y la Sierra Urica.

Caminar en La Michilía, invita a maravillarse con sus profundas cañadas y atardeceres que evocan un eterno otoño, pisar un suelo adornado por una cama de agujas de pino y hojas secas de diversas especies en tonos anaranjado y dorado de encinos, como las de Quercus chihuahuensis y Q. depressipes, ante un constante pero delicado aroma a resinas de pino (Pinus ayacahuite) y ciprés (Cupressus benthamii). Esta vegetación brinda sombra, refugio y sustento a 236 vertebrados terrestres, como liebres (Lepus callotis), ardillas (Neotamias bulleri), cacomixtles (Bassariscus astutus), osos negros (Ursus americanus), coas orejonas (Euptilotis neoxenus), guacamayas verdes (Ara militaris) y urracas azules también conocidas como chivos (Cyanocitta stelleri; Fig. 3).

Nuestro México es sumamente diverso y la conservación de esta riqueza debe de ir más allá de solo proteger áreas representativas de ecosistemas hogar de especies emblemáticas o carismáticas. Para que nuestro patrimonio natural y cultural continúe arropándonos a nosotros/as y a generaciones futuras, se requiere de compromisos y acciones individuales. Cercanos o no a estas reservas, debemos reaprender a coexistir con los entornos naturales, a cuidar de ellos, reconocer su aporte y entonces en colectivo revalorar, resignificar y proteger lo que la naturaleza nos da.

 

“La opinión es responsabilidad de los autores y no representa una postura institucional”

 

Slider. Atardecer en la estación de investigación del INECOL, ubicada en el corazón de Reserva de la Biósfera Mapimí. Fotografía de Jorge Ramos Luna (JRL)